Cuando Jeffrey H. Dyer, Hal B. Gregersen y Clayton M. Christensen escribieron El ADN del innovador en 2013, habían estado planteándose durante ocho años diversas preguntas en torno a la innovación: ¿cómo desbancan los pequeños emprendimientos a las grandes cadenas? ¿Cómo logran instaurar una cultura y hacer que la sociedad desestime las costumbres anteriores? ¿Cómo Skype, siendo gratuito, pone en problemas al gigante de las comunicaciones AT&T? ¿Cómo triunfa Starbucks, con un concepto totalmente distinto al de las cafeterías comunes? Los autores redoblan la apuesta hacia una pregunta general: ¿podemos hacerlo todos, tal y como ellos lo hicieron?
Hoy podríamos decir que el gen innovador es una de las caras de la moneda de los emprendimientos millonarios y exitosos. La cara opuesta y complementaria es, por supuesto, el fenómeno del emprendimiento. La innovación y el espíritu emprendedor son emergentes del “pensar diferente” que caracteriza a la generación Google.
Podría parecer que la innovación y el emprendimiento son fenómenos que caracterizan a una identidad particular, lo que significaría que, a priori, no todas las organizaciones lo necesitan para crecer. Sin embargo, tal como lo ha establecido Michael Gordon, especialista de la Universidad de Harvard, contar con liderazgo emprendedor no es optativo para las organizaciones, sino su única opción de supervivencia.
Siguiendo esta pauta, Martín Migoya, Founder&CEO de Globant, en una nota publicada en la revista Apertura sostiene que las áreas de innovación deberían salir del estanco de los grupos cerrados y diseminarse en una cultura innovadora. Ambas visiones parten de la idea de que el gen innovador no es una elección. Como los tiburones, las organizaciones deben moverse o morir. Y en este sentido, una cultura innovadora implica, según Migoya, que los integrantes de la organización tengan un propósito común y una fuerte autonomía que permita el fluir de los conocimientos y el fomento de la motivación que los potencia.
Por otra parte, Gordon sostiene que, de existir una definición para el espíritu emprendedor esta sería, sin más, la característica de la innovación. A su vez, la innovación no es innata: no se nace con ella, sino que es parte de una actitud, una forma de ser y de pararse frente a los problemas. Esto está demostrado en la generación Millenial y el fenómeno actual del emprendimiento. Aunque puedan parecerlo, los Y no son más emprendedores que sus predecesores, sino que su actitud innovadora se potenció a raíz de diversos factores como la popularización de las nuevas tecnologías.
Parte de esta actitud emprendedora está relacionada estrechamente con la necesidad de establecer prácticas que promuevan la innovación. Según Migoya, es imprescindible que una empresa que quiera motivar y empoderar el gen emprendedor cultive a su vez actividades que alimenten esa creatividad característica. Su propuesta incluye la promoción de proyectos colaborativos y abiertos, concursos internos, sesiones multidisciplinarias y reuniones que unan la asociación de ideas creativas con proyectos tangibles y concretos.
Como vemos, la innovación es el corazón del emprendimiento y éste es, a su vez, la expresión cultural más inmediata de los empresarios innovadores que buscan el éxito. La grandes empresas se anotaron en la carrera, quieren que todo ese potencial les agregue valor puertas adentro en lugar de canalizarse en emprendimientos de garaje y start ups. Hacen grandes esfuerzos para adaptar sus estructuras y su cultura para hacerlas más amigables con el fin de atraer al talento con espíritu emprendedor. ¿Podrán lograrlo?